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miércoles, 18 de febrero de 2015

Patrilagnia: Cuento 2, Capítulo 5 (+18)



2.5

Travis no esperó a que su hijo volviera a marcar. Cuando escuchó la voz ahogada de Shawn a través del celular, colgó y salió corriendo hacia el estacionamiento del edificio donde trabajaba. Trató de no ir rápido en el coche, para evitarse alguna multa o accidente. Cuando llegó a casa, estacionó el auto donde pudo, y bajó corriendo. La puerta de entrada a quedaba justo enfrente de las escaleras, con el estrecho pasillo cerrándole el paso a ambos lados. Y desde ahí, pudo ver a su hijo, con el bóxer a media pierna y tirado en los escalones. Corrió, cerrando la puerta tras de sí, y se acercó lo más que pudo a su hijo.
Shawn estaba realmente mal: la herida en su hombro no había dejado de sangrar, parecía tener huesos rotos y su cara era un mapa de moretones y heridas abiertas. Tenía el vello púbico manchado de semen, y para Travis era esperar lo peor: su hijo había sido violado o peor.
-Dios, no, esto no…
Trató de ser cuidadoso, y cargó como pudo a su hijo. Shawn se mantenía en forma, y pesaba un poco, pero a Travis no le importó. Tampoco le importó que su ropa se manchara de rojo, ni que su hijo gritara de dolor, o que fuera a sacarlo medio desnudo hacía la calle. Estaba llorando, pero él ni siquiera se había dado cuenta.

Shawn ya descansaba en su propia cama aquella noche. Las fracturas en las costillas no habían sido tan graves, según el doctor que le había atendido (y que de paso había regañado a Travis por atreverse a mover a su hijo). Además, tenía una pequeña fisura en la nariz y varios golpes. La herida del hombro había requerido varias puntadas, pero al parecer no había perforado nada importante.
Travis estaba sentado junto a su hijo, en la orilla de la cama, mirándolo a los ojos. Ni siquiera se había quitado la ropa manchada de sangre. Sonrió.
-Estás bien. Pensé que te perdería.
Shawn le hizo una mueca con la boca, porque realmente le dolía mover la cara aunque fuera un poco.
-Creo que tuve suerte. Puta madre, cómo duele…
Travis se puso más serio, pero no por la blasfemia que su hijo acababa de soltar. Pensaba en algo más grave.
-¿Quién te lo hizo?
-Vamos papá, ya lo conté a todos… Entró alguien a la casa, ni siquiera me dio tiempo de reaccionar…
Shawn podía ver en los ojos de su padre otra cosa: no se la estaba creyendo.
-Hijo, por favor, necesito que me digas la verdad. Te lo voy a poner claro: si te violaron, harán estudios. Y mi ADN va a figurar en las muestras de semen que te saquen. No podemos dejar que se den cuenta de que tú y yo… ¿Qué fue lo que en verdad pasó?
El muchacho cerró los ojos y suspiró.
-Estaba desayunando y algo o alguien echó abajo el refrigerador. Si era alguien, no pude verlo, era como si esa persona fuera invisible. Antes de que hablaras, había alguien en la escalera, y de alguna manera, se movió hacía el pasillo. Traté de razonar con él. Era delgado y albino, con alas enormes. Me clavó una maldita flecha en el hombro, y me golpeó. Antes de desaparecer, me masturbó. Sus manos…
Parecía que Shawn quería llorar, pero logró controlarse, cerrando de nuevo los ojos.
-Está bien. Voy a limpiar la cocina. Trata de estar tranquilo…
Travis sintió que la mano de su hijo se cerraba alrededor de su muñeca justo antes de levantarse. Miró al chico a los ojos, y vio en ellos un miedo atávico difícil de describir y comprender. Algo que sólo podría sentir aquella persona que hubiese sufrido un ataque como ese.
-No te vayas. No me dejes solo.
El padre se acercó un poco más, y le dio un cálido beso en los labios, que parecía durar minutos.
-No me iré. Si te sientes mal o necesitas algo, estaré abajo. Vas a estar bien, campeón.
Le acarició con cuidado el pelo, y con una última sonrisa, salió de la recámara, apagando la luz para que Shawn pudiera descansar.

En la cocina, Travis se quedó de pie, frente a la enorme mancha de comida y líquidos derramados que ya había acabado de extenderse. Ahora estaba pegajosa, y parecía más bien la escena de un homicidio surrealista. El refrigerador seguía volcado en el mismo sitio, silencioso y abatido.
Las huellas seguían ahí. Sus dedos, había dicho su hijo antes de darle un beso. Era un pie con cuatro dedos.
-Esto debe ser una puñetera mentira.
Se inclinó un poco para ver más de cerca aquellas huellas, y tratar de pensar que lo que había visto no era una ilusión. En realidad aquella huella sobre el helado seco tenía cuatro dedos solamente. Un olor nauseabundo le llegó desde el suelo, y tuvo que taparse la boca y la nariz con la mano derecha. La comida del refrigerador tal vez estaba echándose a perder.

Fue cuando, después de levantarse para tratar de levantar aquel enorme armatoste, una de las sillas del comedor se movió, arrastrada por una fuerza invisible, y con las patas rechinando sobre el suelo de linóleo. Travis alcanzó a escuchar algo que, en la penumbra de su casa, se parecía a una risa, malvada, fría y apagada…

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